TE CUENTO

Perder el norte
Según cuentan las crónicas, se ha puesto la primera potencia mundial, en manos de un personaje un tanto extravagante. Alguien que parece despreciar todo aquello que no huela a cosa americana -del norte, eso sí-, alguien que pretende hacer un muro fronterizo, con un país vecino, pero sin soltar un euro, o un dólar, mejor dicho. Parece ser que dicho personaje, además, parece tener muy poco aprecio por los emigrantes, sean de donde sean. Las mujeres son para él –según cuentan- algo así como un adorno, para exhibirlas y presumir de ellas ante los demás. Una de las primeras decisiones importantes ha sido -además del susodicho muro- aumentar el presupuesto para armamento, porque quiere “ganar guerras”... Es, cuanto menos, preocupante, como preocupante es también, que tipos de esa ralea dirijan el mundo por haber sido elegidos por una mayoría de votantes.
Yo me pregunto si no estarán perdiendo el norte, en Norteamérica.


Soledades
La soledad, como todo, tiene su parte positiva y su parte negativa. La soledad tiene una parte que, generalmente, no gusta a nadie. Es la soledad que sufren aquellos, que por diferentes circunstancias se quedan solos, sin familia, sin amigos, sin compañía. Es una soledad, que no solo aísla al individuo, sino que crea, algo así, como una pantalla que impide el acercamiento al resto de la sociedad. Esa es, no cabe duda, una soledad negativa y muy cruel. Por otra parte, está la soledad positiva o la soledad “buscada”, la que no impide el acercamiento de los demás, pero que reserva un tiempo de aislamiento “controlado” para aquel que la necesita. Posiblemente, aquellos que tienen la necesidad imperiosa de tener siempre cerca a otras personas, se pregunten, que como es posible que haya gente que busque la soledad.
Yo soy uno de esos. A mí me gusta el trato con los demás, y charlar, y tomar un café, y divertirme, y disfrutar, con la gente, pero hay momentos en que necesito esa soledad “buscada”. Creo –yo lo pienso así- que ese tiempo de clausura voluntaria, es imprescindible, para romper la rutina y desconectar de todo lo cotidiano y dedicar ese tiempo a pensar, a leer, a escribir, a escuchar música, a reflexionar sobre cualquier tema, sin que nadie te imponga sus razones, sin que nadie te “moleste”.
La soledad puede ser maravillosa o despreciable, la diferencia está en si tú la buscas o ella te encuentra.


Dejadme dudar
Hoy me he levantado haciéndome una pregunta: ¿Por qué la sociedad se empeña en asociar la felicidad con el dinero? Yo creo que la felicidad es un estado de satisfacción, puntual, que no tiene por qué estar relacionado con el dinero. Se puede ser feliz, o vivir un momento de felicidad, simplemente pensando en algo que te satisface, en alguien a quien estimas, recordando alguna vivencia pasada o disfrutando de un día de sol espléndido. Alguien me podrá decir que cualquiera de esos ejemplos -que acabo de describir-, proporcionarían más felicidad, con dinero. Dejadme que lo dude. Creo que solamente produciría más felicidad, - dudo, también, que se le pueda llamar felicidad- en aquellos que necesitan ser -y tener-, más que los demás, aquellos que necesitan saberse -o creerse- envidiados por los que están a su alrededor. El dinero, no cabe ninguna duda, puede solucionar problemas importantes, incluso de salud, pero eso no le da la exclusividad de la felicidad.
Sentir felicidad no es difícil, el truco está en saborear, y disfrutar, de esos momentos especiales que se presentan y que no necesitan estar respaldados por una cuenta corriente cargadas de dígitos.
Tener a mi nietecito en mis brazos, me produce un estado de felicidad que sería imposible superar, a base de euros.


A mí me ocurre
No sé si al resto de la humanidad le debe ocurrir lo mismo que a mí. Me explico. La forma de ver, estudiar o dimensionar un problema o un contratiempo, más o menos serio, es muy diferente a si intento buscar la solución durante la noche o lo hago durante el día. Por la noche –sobre todo si es justo antes de irme a dormir- ese problema o contratiempo, se me hace inmenso y lo peor es que soy incapaz de encontrar una forma sencilla para poder solucionarlo. La noche se alía con mi negatividad, poniéndole la etiqueta de “imposible solución” -a esa cuestión, que me preocupa- y la pinta del negro más oscuro que existe.
Por suerte, al despertar, cuando levanto la persiana, al ver que el sol está empezando a iluminar el día, empiezo a ver de forma muy diferente aquella preocupación que me llevé a la cama, la noche anterior, y que fue la culpable de que tardara tanto en conciliar el sueño.
El problema o contratiempo de ayer sigue estando ahí, pero la luz del día le ha quitado gravedad y la solución no es tan negra como la noche la quiso pintar. No sé si al resto de la humanidad le ocurren estas cosas, pero a mí sí.


Garabatos sedantes
Asistir a una conferencia soporífera, puede pasar de ser una situación tediosa a un momento inconscientemente entretenido, simplemente con la ayuda de un bolígrafo y un papel, entre tus manos. Es asombroso la cantidad de rayitas y trazos que puedes llegar a hacer en un papel, sin llegar a entender lo que estás dibujando, mientras escuchas el murmullo de lo que está acaeciendo a tu alrededor. El subconsciente tiene la habilidad de escabullirse de aquello que no le gusta, como esa aburrida conferencia, y dedicarse a dibujar cosas abstractas -las más de las veces-, imposibles de interpretar por la parte humana de tu subconsciente, o sea, por ti. Esos garabatos, esos trazos, esos rayajos, dibujados sin ton ni son, sobre el papel, terminarán consiguiendo dos objetivos, el primero y principal, evadirte total o parcialmente, del momento incómodo que estás viviendo y, el segundo, ir gastando la tinta de ese nefasto, y odiado, bolígrafo inagotable –que has sido incapaz de perder- y que te acompaña desde tiempos inmemoriales.
Por cierto -no te sientas culpable por todo lo dicho-, al final de cada conferencia, el equipo de limpieza, suele encontrar en las papeleras de la sala, decenas de dibujos abstractos imposibles de entender, hechos a base de garabatos.


Competencia ilusionante
Si hay una noche que ilusiona por igual a padres y a hijos, esa es sin duda la noche de reyes. Noche que empieza con las cabalgatas de los tres reyes magos, desfilando por todas las ciudades y pueblos a la vez. La luz, la música, el brillo de las ropas de sus majestades, los pajes, portando las antorchas, precediendo a las carrozas reales, la lluvia de caramelos, hacen que todo sea fantástico y magnífico. Los ojos de los niños brillan de una manera muy especial, ante tanta majestuosidad. Los ojos de los padres brillan, también, al disfrutar del momento de ilusión, tan maravilloso, que están viviendo sus hijos y con algo de nostalgia al recordar cuando ellos fueron niños.
Esa noche, cuando los nervios, de los pequeños, se hayan calmado y el sueño les haya vencido, los padres volverán a vivir otro momento de ilusión, al preparar los regalos, y aún les faltará por vivir otro momento fascinante, cuando a la mañana siguiente vean la reacción de sus hijos al encontrarse con “parte” de lo que pidieron en sus cartas.
Sin duda una noche que empieza con una cabalgata majestuosa de luz y de color, con espléndidas carrozas y con ilusión a raudales con tres reyes, que además son magos.
Todo maravilloso, todo a lo grande, pero atención… Un “abuelete” regordete con blancas barbas, vestido de rojo y con un saco a la espalda, se está abriendo camino, sin tanta parafernalia, simplemente con el “ding-dong” de su campana y con su campechana sonrisa.


Tal vez sea celestial
Me gusta trabajar escuchando música. Cuando digo “trabajar” me estoy refiriendo a las tareas propias de la casa, como pasar la aspiradora, tender la colada o quitar el polvo a los muebles, pero sobre todo me gusta escuchar música cuando práctico mis aficiones. Dibujar, pintar, escribir o leer, con la música adecuada a cada momento, es algo súper relajante. Es evidente que cuando dibujo o pinto, la música es más desenfadada, tiene más ritmo, es música bastante alegre, ya que su misión es, en esos momentos, la de acompañarme, la de entretenerme. Por el contrario, cuando leo, o cuando escribo, escucho música más suave. Principalmente cuando escribo poesías o poemas, intento escuchar música instrumental, melodías suaves, que se adapten a lo que en ese momento esté escribiendo. Yo diría que una música instrumental, suave, con un volumen adecuado, que me aísle del mundo, pero que no me distraiga, es casi una colega que me ayuda bastante en la inspiración.
Quizá esa música celestial sea mi musa, o tal vez mi musa sea música celestial.


El día que fui Uno
Siempre hay un día en que uno busca un documento perdido y dicha búsqueda le lleva, sin saber ni cómo ni porqué, a la caja de zapatos donde guarda, como si de una reliquia se tratase, docenas de aquellas fotografías, de papel, de antaño. Uno sabe que lo que está buscando no lo va a encontrar en esa caja, pero lo mira “por si acaso”. Uno saca todas las fotografías, de la caja y una vez convencido que el documento que busca no se encuentra allí, empieza a volver a poner las fotografías dentro de la caja, pero… Parece que ser que uno ya no tiene tanta prisa y uno las va devolviendo a su sitio, pero de una en una, tras un nostálgico examen. Una por una, le van recordando a uno, diferentes momentos de su vida. Uno se da cuenta de que el tiempo ha ido pasando y le ha ido robando el contraste del blanco y negro de su niñez y que ha ido quemado el color de su tiempo de juventud y, muy cruelmente, esas fotografías le están recordando a uno que el tiempo pasa y que todo lo que guarda en aquella caja, ya es pasado. Uno guarda la última fotografía, con una mezcla de rabia y resignación, y al tapar la caja, uno se da cuenta de que el presente está realmente presente, en las pequeñas manchas oscuras que poco a poco van apareciendo a uno en la piel de sus manos.


¿Hasta cuándo?
Siguiendo mi costumbre, hoy me he levantado temprano y como soy un “animal de costumbres” –valga la redundancia- me he preparado mis tostadas con aceite, mi café con leche y me he puesto delante del ordenador para dar un repaso a las noticias que –por internet, se entiende- traen los diferentes diarios. Entre sorbo y sorbo de café con leche y el crujir de las tostadas, me he puesto al día de lo que está pasando en el mundo. Entre las noticias, hay dos que me han llamado la atención, por ser totalmente opuestas. Leo que el primer bebé del año ha sido una niña. Seguro que sus padres estarán rebosantes de alegría, por el nacimiento de esa hija -lo de la fecha es una circunstancia anecdótica-. Es evidente que esa niña crecerá rodeada de los cuidados y del cariño de sus padres.
Por otra parte, leo algo totalmente distinto. Hace cuarenta años, nació una niña -la fecha es lo de menos-, que con toda seguridad también copó de alegría los corazones de sus padres y seguro que esa niña creció rodeada de cuidados y del cariño de sus progenitores. La diferencia está en que, ayer, primer día del año 2017, un desalmado asesino le quitó la vida a base de puñaladas.
Sí, sí, juzgarán al asesino y caerá sobre él, todo el peso de la ley (?), pero a esa niña que nació hace cuarenta años, nadie, nadie, nadie le devolverá la vida. 
¿Hasta cuándo?


Una proposición
Con las doce campanadas en los tímpanos, con las uvas y las copas de cava brindando, en las retinas y el ritmo de la música y el baile todavía incrustado en el cuerpo, he llegado a casa después de disfrutar de una agradable celebración de fin de año. Son las tantas de la madrugada, cuando me siento en el sofá (me dejo caer, sería más correcto), agotado pero sin sueño.
Aprovecho, este momento de tranquilidad, para a revisar los mensajes que, familiares y amigos, me han dejado en el móvil, felicitándome el año nuevo. Como es habitual, en estas ocasiones, encuentro mensajes graciosos, videos repetitivos que ya me habían enviado anteriormente otras personas (pero que agradezco igualmente) y alguna que otra fotografía de personas que, por una u otra razón, me tocan la parte sensible de los sentimientos, a estas horas de la madrugada.   
Pues sí, hoy comienza el nuevo año. Hoy es el día en que se ponen en marcha miles y miles de proposiciones que luego no llegaremos a cumplir. Es, precisamente, por eso por lo que yo me he propuesto, firmemente, no proponerme nada.


Aparcando Facebook
Como casi siempre que puedo, hoy he salido a caminar. Lo hago porque, a mi edad (64), es bueno no quedarse demasiado parado, pero hoy, además, he aprovechado el trayecto para terminar de decidir algo que hace algunos días me ronda por la cabeza. El tema en cuestión es mi cuenta de Facebook. Además de este blog, donde escribo (menos de lo que desearía), también, hago algunos dibujos para ir alimentando mi cuenta de Instagram y para acabarlo de apretar, subo de vez en cuando alguna cosa a Facebook, sin olvidar la confección de algún que otro video o la lectura de algún libro (actualmente estoy disfrutando de “Mujer Océano”, un libro de poemas de Vanesa Martín -cantante- que me han regalado mis hijas, estas navidades).
Resumiendo, son demasiadas cosas para el tiempo libre que dispongo. Tenía que aparcar una de estas actividades y finalmente he decidido por aparcar, temporal o definitivamente (las circunstancias lo dirán), mi cuenta de Facebook.
A cambio, abro esta nueva sección “Te cuento” en este blog, donde iré tocando temas cortos y variados.