Necio
En tarde de otoño, el necio, deambula por la vereda,
que alfombrada de hojas pardas, le conduce a la
alameda.
Sus pies al andar se pierden, ocultos entre
hojarasca.
Busca un remanso de paz, donde calmar su borrasca.
En un recodo del rio, donde el agua se serena,
el embeleso le envuelve, mitigando así su pena.
Rumores de suave brisa, le despiertan del letargo.
Sigue su curso el agua. Sigue su pensar amargo.
¿Por qué –musita muy bajo - no encuentro felicidad?
¿Por qué no puedo tener, como tienen los demás?
Del agua surgió un murmullo, profanando aquel silencio,
para responder, dolido, las preguntas de aquel
necio.
A doscientos ochenta, quieres, punta de velocidad.
Cuenta sana en un buen banco, que te de seguridad.
Horas escritas en oro, sobre esferas de marfil.
Un techo de cinco estrellas, para poder presumir.
Eso no es felicidad, lo que hay escrito en tu lista,
eso es materialismo, dogma del hombre egoísta.
Has omitido el amor, la salud o la amistad,
los verdaderos bastiones para hallar felicidad.
Ser feliz es muy sencillo, solo tienes que aceptarte.
Buscándote en espejo ajeno, no conseguirás hallarte.
Lo que envidias nunca es, mucho mejor que lo tuyo.
Porque la envidia es pecado, lo conseguido es
orgullo.
Volvió el murmullo del agua, a convertirse en silencio,
dudando, si alguna vez, sería feliz aquel
necio.
En su retirada, el necio, puso empeño en recordar,
los verdaderos bastiones para hallar felicidad.
El amor…
La salud…