HUMO

Humo

Sentado estoy, al sol de otoño. En una plaza. En un banco. Dispuesto a liar, lejos de mi mujer, un clandestino cigarro. Papel fino entre mis dedos. Dentro del papel tabaco. Hasta aquí todo muy bien. Pero ahora hay que tener, arte para liarlo. Antes de encenderlo, miro. Nadie asoma por la izquierda, por la derecha tampoco. Nadie viene por detrás. Por delante, yo controlo. Todos los flancos libres. Clamo al cielo, pero sin gritar. !Aleluya, Aleluya¡ Por fin, puedo ya fumar. Creo que me precipité. Muy pronto canté victoria. Al momento de encender, alguien despacio se acerca. Alguien que se va a sentar, en el único banco libre, que queda en este lugar. Un pelo, con disimulo, arranco de mi cabeza. Lo lanzo al aire y compruebo, el rumbo que va a emprender, el humo del cigarrillo, que yo quisiera encender. El pelo que lancé al aire, pudo tomar mil caminos. Pero volando se fue, directo al banco vecino, donde hay sentada una abuela, con cara de pocos amigos. Solo me queda la opción, de coger el cigarrillo y guardarlo con cuidado, despacito en mi bolsillo. Mientras tanto, yo me acuerdo de la madre, del que engendró la idea, de poner solo dos bancos, en una plaza tan grande. Recupero la alegría. La vieja deja su sitio. Se aleja mientras maldice, al perro que la acompaña. Mis manos van al bolsillo, donde guardé el cigarrillo. Siento casi placer, al notarlo entre mis dedos. Lo miro con alegría. Ya no hay tiempo que perder. Lo coloco entre mis labios, listo para encender. Mis ojos miran al frente, viendo lo que no querrían ver. La vieja vuelve de nuevo. Muy cabreada esta vez. Su perrito hizo caca y la tuvo que recoger. Vuelve el cigarro al bolsillo y mi gozo cae al pozo. Siento en mi cara la brisa. ¿Cambió el aire su destino? Otro pelo lanzo al viento. Ahora ya vuela distinto. Si enciendo presto el cigarro, no fastidiaré a la vieja, porque el humo que desprenda, se irá para el otro lado. Llevo el cigarro a la boca. Bien liado y apretado. Como ha de ser un cigarro, esperado y deseado. Rasco y rasco mi mechero. Saltan chispas de la piedra. Pero el mechero no enciende. Esto hace que me pierda. Blasfemo y mil veces maldigo, al caprichoso mechero. Solo le pido una llama, antes de que cambie el viento. De pronto lloran mis ojos, por el humo de un cigarro. ¿Pero, cómo…? -me pregunto- Si no conseguí encenderlo. Si este mechero canalla, me ha denegado su llama. Miro angustiado el cigarro. Apagado y algo blando, de tanto manosearlo. ¿Entonces…, el humo de donde viene? Giro la cabeza y veo, que allí, en el banco vecino, es la vieja la que fuma. No le importa si molesta. Ni a quién va a parar el humo. Declino continuar. Dejo aquel banco y me voy. Me largo para mi casa. El humo de aquella vieja, me echa fuera de la plaza. Mientras me retiro, miro. Veo en mi banco vacio, junto a una de sus patas, aplastado el cigarrillo. Ese que no me fumé, porque según mis cabellos, el humo molestaría, a una pobre viejecita, que en un banco se sentó, justo a la verita mía. Mi mujer, aunque me duela, en eso tiene razón. El tabaco, es un veneno, que dispara la tensión.