"CASI" CONFIDENCIAL

"Casi" confidencial

Descolgué el teléfono y escuché al otro lado como una voz, que resultó ser la de mi director, me preguntaba, amablemente, si tenía algo que hacer a última hora de la tarde de aquel viernes.
-Pues no…, no tengo nada previsto, –respondí, quizá demasiado rápido- porque en realidad, debería de haber contestado que tenía previsto no hacer nada, que aunque parezca igual, no es lo mismo.
-Es que verás… es que… -noté un titubeo en su voz- quisiera pedirte un favor….
-Tú dirás –contesté- si está dentro de mis posibilidades, cuenta con ello.
Debió pensar, mi director, que lo que me iba a pedir, estaría dentro de mis posibilidades, porque sin decirme de que se trataba, pasó directamente a darme las gracias de forma efusiva.
-Gracias a ti –respondí yo, por quedar bien- pero creo que se te olvida algo importante. ¿No crees que deberías decirme de que se trata? ¿Cuál es el ese favor que me quieres pedir?
-!!Ah¡¡ Sí… Disculpa… Mira… Se trata de Lady.
-¿Qué le pasa a Lady? –pregunté con curiosidad.
-Pasarle, no le pasa nada, -me contestó, mi director - lo que pasa que está como un flan.
-!!Ah pillín¡¡, -le dije en confianza- tú también te has dado cuenta. ¿Eh?
-!!No¡¡ –me cortó tajante, para aclararme que con la expresión “está como un flan”, que él había utilizado, no se refería para nada a lo que yo estaba pensando.
-Ah ¿No? –pregunté extrañado.
- No… Lo que he pretendido decir es que Lady está muy nerviosa –me aclaró mi director.
Yo seguí pensando que aunque estuviera nerviosa, seguía “estando como un flan”.
Por fin me enteré. Mi director, quería pedirme que aquel viernes, a última hora de la tarde, acompañara a Lady a una reunión, que ella tenía convocada desde hacía unos días, en una comunidad de propietarios, aparentemente y a priori un tanto complicadilla. ¡Ah!… Se me olvidaba contarles, que ambos, Lady i yo, pertenecemos a esa casta inexplicable e incomprensible, que somos los administradores de comunidades de vecinos. Coloquialmente se nos conoce como esos que hacen las reuniones de escaleras, los días que hay fútbol en la tele, solo para fastidiar y encima se inventan derramas porque siempre falta dinero para pagar.
Además, tengo otros compañeros y compañeras, que… ¿cómo no? también son algo masoquistas y les gustan las emociones fuertes y que son, como Lady y como yo, también administradores, y mi director también trabaja de administrador, pero… de director, ya se me entiende, no?.
Volviendo de nuevo la cuestión que les estaba contando, les diré que accedí. Sí…, me comprometí a acompañar a Lady. Lady… Por cierto, la primera vez que escuché su nombre, pensé que Lady, mi compañera, tendría ancestros británicos, pensé que llamarla Lady era una manera sutil de llamarle dama, una forma delicada de decirle señora. Pero que equivocado estaba yo. No…, eso no era así. Según me contaron mis compañeras, del departamento de contabilidad, de forma confidencial y después de hacerme jurar, poniendo la palma de mi mano derecha sobre el tomo II de la Ley de la Propiedad Horizontal, que no lo comentaría con nadie, que las cuatro letras que forman el tan delicado y frágil nombre de Lady, en realidad son las iniciales de: La Administradora De Yerro.
Las chicas del Tesoro, que es como yo llamo al departamento de contabilidad, son también muy especiales. Solo un ejemplo… cuando me contaron lo que significaba Lady, me permití decirles, refiriéndome a La Administradora De Yerro, que no se escribía “yerro”, sino que era “hierro” y que se escribía con “H”. Aquella lección de gramática, de colegio de curas, aquella clase de ortografía, corta pero intensa, las hirió, les dejó el ego chungo (no confundir con el higo chumbo), hasta tal punto que dirigiéndose a mí, de una manera furiosa, me dijeron que me colocara la “H” en los… hombros. Pero en fin… prosigamos con el relato.
El famoso viernes se desmoronaba, mientras yo conducía mi coche, por la carretera, en dirección a la población del Santo Huerto de los Vicentes. La luz de la tarde era cada vez más débil. Las farolas empezaban a dejar entrever los primeros reflejos de su luz artificial, entremezclándose con la incipiente oscuridad de la noche temprana, cuando llegué al lugar acordado, aunque confieso que con diez minutos de retraso, aparqué el coche, y sin parar el motor, me dispuse a marcar el número de Lady, en mi teléfono móvil. Estaba buscando su nombre en mi lista de contactos, cuando unos golpes en el cristal de la ventanilla, tan impetuosos como inesperados, hicieron que se me encogiera el corazón. Miré asustado.
Allí estaba Lady, firme, traje oscuro, pegada al cristal de la ventanilla, pidiéndome airadas explicaciones por mi retraso: “¿Tú, qué…? ¿Has visto la hora que es?” Fueron sus palabras de bienvenida. Solo me atreví a esbozar una leve sonrisa, a modo de saludo-disculpa. “Aparca ahí, más adelante, que vamos con mi coche” fueron sus indicaciones. Es obvio que cumplí sus indicaciones sin rechistar. Aquellas palabras pronunciadas por Lady, me recordaron a la, no tan lejana, Guardia Civil. Obedecí. Es obvio que obedecí.
Creo, que a pesar de todo, me controlé bastante bien, me abstuve de dar alguna muestra de temor, miedo o espanto. Muy al contrario. Me armé de valor y me dispuse a subir a su coche simulando una serenidad total. Introdujo la llave, le dio media vuelta y el motor empezó rugir. Nos pusimos en marcha, aunque sería más justo decir: Se puso en marcha, yo era solamente un mero acompañante. Nuestro objetivo –al menos el mío- era llegar al lugar previsto, a ser posible a la hora indicada y de forma sosegada, porque después nos tocaría hacer frente a la misteriosa misión que se nos había encomendado.
Pronto empecé a pensar que no sería fácil aquel trayecto por carretera. Lady empezó a no aceptar las recomendaciones de quien pretendía conducirla por el buen camino, llegando a discutir continuamente, voz en grito, con la muchacha que prestaba su voz al GPS. Yo, en todo momento, me mantuve al margen y sin dar la razón a ninguna de las dos, ni a Lady, ni a la muchacha de la voz del GPS, aunque a decir verdad, en un noventa y nueve por ciento, Lady no tenía razón.
Incompresiblemente, ya que en ningún momento hizo caso a las indicaciones del susodicho GPS, llegamos, por fin, a las inmediaciones del lugar a donde íbamos. La alegría, mi alegría, de saber que estábamos llegando se la engulló el pánico, mi pánico, al comprobar que todos, absolutamente todos los coches “venían” y solo el nuestro “iba”. De nuevo me armé de valor i le indiqué a Lady, con un gesto educado, que dirigiera su vista a una señal de tráfico, fijada a la entrada de la calle. Redonda era la señal, redonda, roja y con una franja horizontal blanca. Frenó. Puso marcha atrás y, mientras pronunciaba unas palabras en un idioma extraño, creo que era arameo, retrocedió hasta poner el coche en la misma dirección en la que iban todos los demás. Aquel contratiempo fue decisivo para que Lady decidiera aparcar allí mismo. Tras “unas” maniobras, me pidió, bien es verdad que de buenas maneras, que bajase del coche y así lo hice. Una vez fuera, observé que Lady me hacía unas señas, desde dentro del coche. Me acerqué para escuchar mejor lo que pretendía decirme. ¿Estoy cerca de la acera? –me preguntó.
Respetuosamente le respondí: ¿De cuál de las dos?. Noté un brillo, extrañamente rojizo, en sus ojos, eso me hizo ver que mejor dejar ahí el tema.
A solo unos metros nos esperaba el lugar donde teníamos que llevar a cabo nuestra misión. Enfrentarnos aquel grupo de, supuestos, energúmenos, los deberes y obligaciones que tenían con su comunidad. Sería por ansiedad, o por temor, pero las palpitaciones de mi corazón subían a medida que, paso a paso, nos acercábamos al lugar.
Llegamos. Al saludo de “Buenas tardes, somos…” nos adentramos en la comunidad, que tanto y tanto temor había creado a Lady, en los días anteriores al evento. De forma disimulada me permití estudiar uno por uno a los asistentes que iban llegando. “A este, Lady se lo va a comer, como hable”, “Esta ni le va a rechistar”, “Aquel no se atreverá a decirle ni pio”, “A esta pareja se los meterá en el bolsillo”, A esta señora, con cara de maestra, la va a nombrar presidenta”, “Al calvo, es capaz de tomarle el pelo”. Y así uno por uno, de los que fueron llegando. Algo me decía que Lady se haría con las riendas de aquella reunión.
No estuve errado en mis apreciaciones. A todo aquello que ella proponía, era contestado con un sííí general. Pagareis por tal. Sííí. Pagareis por cual. Sííí. Y por esto pagaréis. Sííí. Y por aquello también. Sííí.
Tal fuerza de convicción tenía, Lady, que a punto estuve de darle el número de mi cuenta, para que me cargara alguna “derramilla”.
Pero me quise morir cuando, dándome un codazo disimuladamente, me dijo: “Tengo la sensación que me entenderé bien con esta comunidad” Frase que, es bien sabido por todo su entorno, habría sido imposible escucharle, solo unas horas antes de aquel acontecimiento.
Ni que decir tiene, que se hizo la dueña. Se metió a los asistentes en el bolsillo. Tanto, tanto, que oí como una señora le preguntaba a su marido, señalándome a mí, de forma casi descarada: ¿Y este que pinta aquí? Y yo, sin llegar a abrir la boca, le contesté: “Aprender, señora… aprender mucho de mi compañera”.
Señor Director, este es el informe confidencial que “nunca” me pediste, pero que yo de manera incontrolable, y sin pensarlo dos veces, he decidido que es conveniente que llegue a tus manos, para saber cómo es de válida nuestra compañera Lady.

*Nota importante: He descubierto vuestra estrategia secreta. Me hacéis acompañar a Lady para que, de forma velada, yo, vaya aprendiendo cada vez un poco más.

Gracias. 

(Dedicado con muchísimo respeto a mi compañera Laura)