Jubilaacción
A punto
estaba de colgar el uniforme de servicio activo, en la percha del olvido
prematuro. Había empezado ya, a estudiar mis paseos por los caminos dibujados
en el mapa del inmediato futuro. Encubando en mí una extraña mezcla de
resentimiento y de ilusión. De resentimiento, por tener que decir adiós a una
larga etapa, en años de trabajo, que había estado llena de vivencias, de
anécdotas, de situaciones, y sobre todo, de buenos compañeros y buenas
compañeras, que he conocido a lo largo de mi vida laboral. De ilusión, porque
estaba a punto dar la bienvenida a otra nueva y desconocida forma de vivir,
aunque eso sí, cargada de sencillos proyectos. Tenía la proximidad diseñada a
madias, algunos propósitos ya hilvanados, había empezado el boceto de mis
quehaceres, tenía pensado el trazado de mis horarios, tenía el borrador de mis
obligaciones y el esquema de mis devociones. Estaba esperando el pistoletazo de
salida para recorrer el que iva a primer trecho de la senda, para mi desconocida,
de la jubilación. De forma inesperada, se abortó la salida. Un ofrecimiento
formal, no me permitió empezar aquella lenta carrera, de fondo. Un trabajo.
¿Pero... para mí? Sí… ¿Seguro? Sí… ¿Si estoy rozando la sexta década? Sí… ¿Pero
como…? ¿Pero si yo…? Dejé de almacenar dudas y metí las preguntas en el cajón
del silencio. Acepté. No lo pensé. Acepté la oportunidad de pasar a la acción.
Al traste con la preparación mental, la que estaba ejercitando para afrontar la
carrera de jubilado incómodo. Todo anulado de un plumazo. Pasé de pensar en la
jubilación, a pensar en la acción. ¿Fue un milagro? No, nunca creí en los
milagros, por lo tanto… no. ¿Casualidad? Tal vez. ¿Carambola? Quizá. ¿Suerte?
Seguro… seguro que fue suerte. Aunque mi conciencia y yo, cuando nos hablamos
sin palabras, llegamos a la conclusión, de que esta situación puede ser el pago
al optimismo, a la positividad, a la esperanza, actitudes de las que, tanto mi
conciencia como yo, hacemos gala, casi siempre a escondidas. Hoy, a unos días,
de ser sexagenario, sexagenario joven, eso sí, joven de espíritu, eso también,
y con muchísimas ganas de vivir, me planteo la vida de otra manera. La madurez
(podéis decir, los años), la veteranía (podéis decir, los años), las vivencias
(podéis decir, los años), la experiencia (podéis decir, los años), me han
servido para hacerme mayor, es obvio, pero también me ha servido, -que no es
poco- para ser consciente de que nunca es tarde, para que personas íntegras, se
le crucen a uno en el camino. Tengo a gala, de presumir de que a lo largo de mi
vida laboral, he tenido muy buenos compañeros y compañeras.
Estaba
esperando el pistoletazo de salida para recorrer el primer trecho de la senda,
para mi desconocida, de la jubilación. Un ofrecimiento formal no me permitió
empezar aquella lenta carrera, de fondo. Un trabajo. Sí, sin pensarlo. Y sin
pensarlo, unos nuevos compañeros. Tener un trabajo hoy, es algo muy importante.
Tener unos buenos compañeros y unas buenas compañeras, hoy, repito, hoy… es
algo de lo que muy pocos pueden disfrutar. Yo si tengo ese honor. Como tengo el
honor de aprender cada día un poco más de ellos. Y pensar que, a punto estuve
de colgar el uniforme de servicio activo, en la percha del olvido prematuro...