Solitario adiós
Hay
momentos, puntuales, en que la sensibilidad de una persona puede llegar a
tambalearse, como si de un flan se tratase…
Hace
quince días viví una de las noches más especiales de los últimos tiempos, al
compartir mesa y mantel con algunos de mis compañeros y compañeras de trabajo,
para celebrar juntos el final de mi vida laboral. La celebración se adelantó
porque, siendo el día de mi marcha, mediado ya el mes de julio, parte de mis
compañeros estarían, como así ha ocurrido, disfrutando de sus merecidas vacaciones.
Fue una
noche sencilla, pero llena de sentimientos y repleta de cariño, donde estuve
rodeado de compañeros y compañeras, a los que aprecio muchísimo. Una velada de
las que quedan ancladas para siempre en el recuerdo.
Hoy he
puesto fin, definitivamente, a mis días laborales. Hoy, tal y como he dicho
antes, algunos de mis compañeros y compañeras se encuentren disfrutando de su
periodo vacacional, otros están en oficinas de otras poblaciones, otros
marcharon con prisa por cuestiones personales, la cuestión es que en el momento
de echar el cierre, me he encontrado acompañado únicamente por una sola
compañera, de quien me he despedido con un abrazo, al tiempo que nos hemos
deseado, mutuamente, suerte en el futuro.
He tenido
la inmensa suerte de coincidir, a lo largo de mi vida laboral, con compañeros y
compañeras extraordinarios.
Hoy, sin
embargo, al salir del despacho, he activado la alarma, he cerrado la puerta y
he bajado la persiana, como he hecho tantas y tantas veces. Pero hoy, sin saber
muy bien por qué, he sentido, de repente, la necesidad imperiosa de buscar y
encontrar a mi alrededor, si no a todos, sí al menos algunos de mis compañeros
y compañeras, más especiales, más queridos, para abrazarlos por última vez.
Pero no… ninguno de ellos estaba allí.
Hace
quince días, en el transcurso de la cena que prepararon en mi honor, me sentí
querido, muy querido, por mis compañeros. Hoy me sigo considerando igual de
querido, pero ante “la soledad de mi adiós”, mi sensibilidad se ha tambaleado,
como si de un flan se tratase…
"La
soledad de mí adiós”, me ha servido para darme cuenta de la necesidad que,
hasta el último minuto, he tenido de la proximidad de mis compañeros. “La
soledad de mí adiós”, me ha hecho ver lo importante que han sido para mí,
además ha hecho que aumente mi respeto hacia ellos y ha multiplicado el cariño
que ya les tenía.
Gracias a
todos los que, de una manera u otra, me han acompañado en diferentes etapas en
esta larga andadura, de cuarenta y siete años, hasta mi llegada, hoy, a la meta.