Musa de verano
Quién es el guapo que estando
tumbado sobre su toalla en la arena de la playa, en un tórrido día del mes de
agosto, no ha cerrado los ojos intentando aislarse del mundo para centrarse en
un pensamiento, y lo único que ha conseguido ha sido escuchar, sin pretenderlo,
un auténtico batiburrillo de voces en conversaciones indescifrables,
provenientes de las personas que, como si fueran hormigas en bañador, con
nevera, sombrilla y flotador, están a su alrededor.
Ante la imposibilidad de
concentrarse en algo serio uno termina por pensar, -aprovechando que tiene los
ojos cerrados- cosas banales, como por ejemplo, que está en un chalet, en una
playa tropical, con una mulata nativa y un Ferrari, color rojo, en el garaje.
Uno se pregunta, ¿qué puede tener
de malo cerrar los ojos y dejar que la imaginación vuele totalmente a sus
anchas, si cuando volvemos a abrirlos, todo vuelve a la cruda, tierna, o dura
realidad, según le vaya al soñador en el momento.
Hoy, como he hecho cada día de
este tórrido mes de agosto, he extendido mi toalla en la arena y antes de
tumbarme, como hago cada día, -más por costumbre que por interés- me he sentado
en mi toalla -como lo haría un indio- y he echado una ojeada a mí alrededor. El
resultado de mi “vistazo” ha sido el habitual. Sombrillas y más sombrillas, a
un lado y a otro. Olor, en el ambiente, a mejunjes y cremas solares. Paseantes
por la orilla de la playa, me imagino que arreglando la crisis, y gente
entrando en el agua, dando esos saltitos ridículos cada vez que viene una ola a
la altura de las partes sensibles. También, -no podía faltar- he visto a un
padre delgaducho asesorando a su hijo en la construcción de un castillo de
arena.
Eso es, más o menos, lo que desde
mi espacio de dos por uno, -medidas de mi toalla- he podido divisar. Pasados
unos minutos he dejado el ejercicio de observar para otro momento, y me he
tumbado, bocarriba, en mi toalla. He cerrado los ojos y sorprendentemente he
empezado en concentrarme en un tema que me empezaba a preocupar, que no es otro
que los días –demasiados- que llevo sin escribir nada en mi blog. Aprovechando
ese extraño rato de tranquilidad, he pensado que sería buen momento para
decidir de qué tema podía escribir.
La idea ha sido buena pero mi
mente se ha negado a colaborar, al quedarse en blanco una y otra vez. No me he
rendido. Tumbado en mi toalla de dos por uno, he cerrado los ojos y he puesto a
mi mente a trabajar. En un momento de concentración, mi imaginación me ha
llevado hasta el estudio, donde habitualmente escribo, y me ha situado ante la
pantalla de mi ordenador.
Con la pantalla totalmente en
blanco y mi mente más en blanco todavía, he estado durante un buen rato. No
tenía ni idea de qué tema escoger para escribir. No se me ocurría nada.
Mientras más pensaba, más en blanco se quedaba mi mente. De repente he escuché
una tos sutil, que provenía de la puerta del estudio, y que me llamó la
atención haciendo que dirigiera mi mirada a hacia allí. Efectivamente allí
estaba ella, escultural, imponente, de ojos preciosos, largos cabellos, atuendo
veraniego y llevando al cuello una cinta con una credencial en la que se podía
leer: Soy tu “musa de verano”. Mi imaginación empezaba a funcionar, pensé.
-He venido para ayudarte a
escribir, -me dijo, casi susurrando- para inspirarte, para darte ideas. ¿Has
decidido sobre que va a escribir? –me ha preguntado amablemente.
Ni lo he decidido, ni estoy en
condiciones de decidirlo, -me dije a mi mismo- mientras esta belleza, que
acababa de proporcionarme mi imaginación, aquí delante.
En ese momento, cuando lo que
estaba imaginando parecía real, oí la voz de mi cuñado preguntándome si me
apetecía una cervecita fresca. Con la mano, desde mi toalla, sin llegar abrir
los ojos y sin hablar, le he hecho saber que no quería cerveza, que no quería
nada de nada, que no me molestara, ni él ni nadie.
De nuevo intente concentrarme para
que mi imaginación, consiguiera recuperar la historia de la “musa de verano”
que había venido a echarme una mano. Por suerte la interrupción fue cortita y
con un poco de imaginación pude retomar la historia donde la dejé. Bueno, donde
la dejé no, parece ser que había aprovechado la ocasión y la encontré sentada
en mi silla y escribiendo algo en mi ordenador.
A pesar de que me imaginé situado,
de pie, tras de ella, y podía haber visto perfectamente, en la pantalla, lo que
estaba escribiendo, la verdad es que no me enteré de nada. Mi atención estaba
totalmente volcada en el cuerpo de aquella mujer, en aquella melena de cabello
rubio, en sus hombros, en su espalda. Ella seguía trabajando, aporreando las
teclas con una velocidad endiablada, y yo tumbado, seguía imaginándola.
En ello estaba cuando advertí, de
pronto, que la “musa de verano”, dejó de teclear y que recostando completamente
su espalda contra el respaldo de la silla, empezó a releer en la pantalla lo
que acababa de escribir. Pasados unos segundos, ensimismada en la lectura, hizo
el gesto, -creo yo, que de forma inconsciente- de llevarse la mano izquierda,
por detrás de su cabeza, hasta recoger toda su melena de un puñado, para
terminar soltando los rubios cabellos sobre su hombro izquierdo. El movimiento
de melena, que en dos segundos hizo aquella escultural mujer, me desconcertó
del todo. Mi imaginación estaba siendo tan maravillosa, que parecía real. Yo
seguía estando detrás de aquella impresionante “musa de verano”. La visión de
su hombro derecho, que debido al movimiento del cabello había quedado al
desnudo, me provocó una sensación imposible de explicar. Sin saber cómo, -debí
pensar que aquel era el hombro de la muchacha más maravillosa de mundo- me
incliné hacia delante, hasta que mis labios notaron la delicada piel de su
hombro. No dudé en besarla de manera delicada y tierna, muy tierna diría yo.
Ella, la “musa de verano”, al notar en su piel el contacto de mis labios giró
su cabeza y con cara sería, pero con un atisbo de sonrisa, me miró directamente
a los ojos y…
Y un “tsunami” de arena en mi
cara, producido por la carrera de un niño, seguro que consentido y mal educado,
hizo que me incorporara de una forma casi violenta, al tiempo que juraba en
arameo. Nunca he comprendido como los pies de los niños pueden remover tanta
arena cuando corren. He mirado al niño, -con intenciones inconfesables- y lo he
reconocido. Es el mismo que antes he divisado, en la orilla de la playa
haciendo un castillo de arena con su enclenque padre, o viceversa.
Me he levantado y he expulsado la
arena que ha quedado en mi toalla. He vuelto a mirar al niño y…
Me he vuelto a tumbar en mi
toalla, he vuelto a cerrar los ojos, pero todos mis intentos por recuperar la
historia de la “musa de verano” han sido en vano. Ante la imposibilidad de
concentrarme, he abierto los ojos de nuevo y me he sentado en la toalla,
abrazando mis piernas, con la barbilla apoyada en mis rodillas y me he quedado
unos segundos reflexionando. La historia llevaba buen camino. Nunca había sido
capaz de imaginar algo tan real. Y todo se ha ido al garete por culpa del
puñetero niño.
-¿Quieres la cervecita ahora, que
todavía está fresca? –me ha preguntado de nuevo mi cuñado.
-Sí, prepáramela mientras de doy
un chapuzón. –le he dije, mientras mi vista no se desviaba, ni un segundo, del
castillo de arena, al que el niño del “tsunami” estaba dando ya el toque final.
Me he dirigí al agua, pero antes,
con una precisión milimétrica, he pasado por encima del lindo castillito,
derribándolo totalmente. El niño, del padre esmirriado, se ha puesto a llorar
de forma escandalosa, mientras yo lo miraba sonriendo maliciosamente.
De pronto, sin esperarlo, he visto
como venía hacia mí la estupenda “musa de verano” pero acompañada de un tío con
las mismas medidas que mi toalla, dos por uno, preguntándome enfurecida porque
había destrozado el castillo de su sobrinito. Sin esperar mi respuesta, he vi
el puño de su acompañante, venir hacia mi cara y sin tiempo para esquivarlo…
¡¡¡zas!!!
En ese momento me he despertado
sobresaltado, con el cuerpo abrasado por el sol, con un dolor de cabeza
impresionante y sin saber cómo me pude quedar dormido y lo que es peor, sin
rastro de la “musa de verano”.
Lo último que recuerdo es que me
tendí en la toalla, cerré los ojos y empecé a imaginar cosas banales, como que
está en un chalet, en una playa tropical, con una mulata nativa y un Ferrari,
color rojo, en el garaje…