Removiendo
archivos en mi ordenador, me he topado con uno titulado “¿Es vanidad?” Se
trata de algo que escribí, hace ya algunos meses, y no sé por qué motivo, lo
dejé olvidado. Es este:
¿Es vanidad?
Hay
momentos en que me pregunto: ¿puede uno llegar a ser vanidoso, sin ser
consciente de ello?
Permítanme
ustedes que retroceda en el tiempo, hasta llegar al día no muy lejano en el
que, junto a mis compañeros, celebramos la que casi con toda seguridad habrá
sido, la última reunión de trabajo que, estando yo en activo, tuviera con
ellos. Es norma, costumbre, que después de debatir los temas de trabajo,
previstos en esas reuniones, todos, o casi todos, los compañeros y compañeras,
terminemos alrededor de una mesa, reservada con antelación en un restaurante
próximo, donde a medida que vamos dando buena cuenta de un variado menú,
paulatinamente, nos vayamos olvidando de los objetivos inalcanzables, de las
facturaciones imposibles y de los malos momentos vividos, para recordar, y
contar con todo tipo de detalles, las anécdotas más divertidas, las situaciones
más increíbles y atacar con los últimos chistes recolectados, entre unos y
otros.
Los miro,
miro a mis compañeros y a mis compañeras y caigo en la cuenta que he estado
poco tiempo entre ellos, algo más de un año, y que pronto, debido a que mi
jubilación está bastante próxima, dejaré de tener un trato, más o menos
regular, con ellos.
Siguen las
risas y siguen las anécdotas, incluso yo cuento algún chiste. Me lo estoy
pasando bien, muy bien, porque me siento muy agusto, entre ellos.
En medio
del barullo de voces, de chascarrillos, de historietas, de risas, cuando la
presentación elegante y delicada de los postres es atacada y devorada por los
comensales, me permito, con el mucha discreción, estudiar a mis compañeros y
compañeras, empezando por mi derecha, donde tengo a un encanto de compañera de
quien envidio su serenidad, siguiendo me topo con otra, ella es la juventud más
prometedora con que contamos, en frente tengo un corazón gigante que en su
tiempo de ocio, piensa en pequeño, y a su lado, una gran persona empeñado en
disfrazarse de hombre sencillo, y junto a él, un capitán general con galones de
gelatina, pero con humanidad de acero, y allí en la esquina de la mesa, ella,
la sonrisa, la risa, la carcajada, la alegría, y frente a ella la fertilidad
morena, la gracia del genio y el genio con gracia, y a mi izquierda está, pues…
la disponibilidad, la predisposición, la colaboración, la ayuda desinteresada,
mi apoyo en estos últimos meses …, mi ojito derecho.
Puede que
algunos de ustedes se estén preguntando: que tiene que ver todo esto con la
pregunta que yo mismo me hacía al principio de estas líneas.
Pues
síganme, por favor.
Una vez acabada
la reunión y la posterior comida. Cada uno volvió, como cada día, a sus
quehaceres en su lugar de trabajo. Yo también, pero al sentarme frente al
ordenador recordé, con suma alegría, lo a gusto que me había sentido entre mis
compañeros y compañeras, tan solo unas horas antes, en aquella comida de
hermandad.
Sin
pensarlo dos veces escribí y envié un e-mail, con copia para todos ellos, que
decía: “Un minuto con vosotros, es un minuto de gloria. Gracias por ser como
sois compañeros”
Huelga
decir que aquel correo, pronto empezó a devolver otros correos con las
respuestas de mis compañeros. Uno me devolvía las gracias. Otra me decía: “la gloria eres tú”. Otro que “es una alegría poder contar con
compañeros como tú”. Otra “como
voy a echarte de menos”…
Claro,
cuando empiezo a leer estas cosas, empiezo a sentir cosquilleos en el alma, y
casi se me cae la baba, y me siento como el conquistador de todos, y empiezo a
creerme que soy el ombligo del mundo, que soy el mejor y me siento feliz por
todo eso y se me ensancha el corazón y me siento querido, y me creo que he
dejado eclipsados a mis compañeros con mi forma de ser y de actuar, y creo
tocar el cielo con los dedos, y… y luego, al final del día, cuando se apaga la
luz y cierro los ojos, para revivir, para recordar los mejores momentos del
día… me asalta una pregunta incómoda: ¿Soy vanidoso, por creer que mis
compañeros me aprecian de verdad? Quizá sí. Quizá sea vanidoso.
Pero si el
pecado, de ser vanidoso, lleva consigo la penitencia de disfrutar del cariño de
mis compañeros y compañeras, bienvenido sea el pecado.