TREINTA Y CINCO

Treinta y cinco

Ella, llevaba un buen rato observando como aquel apuesto morenazo de cuerpo fibrado, moldeado en el gimnasio, no dejaba de mirarla. Descansaba tumbada sobre su hamaca, situada a la sombra de una palmera de tronco inclinado, como ofreciéndole una reverencia y donde suaves olas de aguas cristalinas, del Caribe, acariciaban sus pies. Él, entró en el avión y tras regalar una sonrisa a las azafatas que afectuosamente le daban la bienvenida, se dispuso a buscar su asiento. Miró su pasaje. Barcelona-Milán. Fila 14. Asiento B. Siguió por el pasillo, franqueado por tres asientos a izquierda y tres derecha, hasta la fila 14. Allí estaba su asiento, el B. Al llegar, una inesperada arritmia puso a prueba su corazón al ver que una imponente muchacha, de cabellos de oro y sonrisa irresistible, estaba ocupando su asiento. Ella, armándose de valor, aprovechó una de las miradas del muchacho moreno para guiñarle un ojo y para hacerle, con sus labios, una mueca parecida a un beso. Él, le dijo a la joven de cabellos dorados que no se molestara en levantarse, que él ocuparía el asiento de al lado. Durante el viaje, aquella hermosa muchacha fue vencida por el sueño y su cabeza fue a parar al hombro de él. Ella, comprobó como el apuesto muchacho había entendido su insinuación, y haciendo gala de una gran agilidad, saltó por encima de la barra del bar para dirigir sus pasos a donde ella descansaba. Él, notaba tan cerca la cara de la imponente rubia, que dormía sobre su hombro, que no pudo reprimir su deseo de acariciarla. Ella, veía como aquel hombre de piel morena, que acababa de saltar por encima del mostrador, se acercaba a ella. Él, quedó sorprendido cuando al acercar su mano, para acariciar la piel de la muchacha, esta abrió los ojos y le sonrió. Ella, vio como el joven de piel morena, abría los brazos para abrazarla. Él notó la piel suave de la muchacha. Ella, abrió los brazos para acoger el cuerpo moreno del joven.
La alarma del móvil empieza a vibrar, inesperadamente, sobre la mesita de noche, al tiempo que el volumen de la sintonía de “Las mañanitas” va de menos a más. Él, alarga la mano y pone fin a la dichosa musiquita. Ella, se despereza y vuelve de nuevo a la misma posición. El piensa que hace un momento estaba con una imponente mujer de rubios cabellos, de extraordinaria belleza, de sonrisa sin igual. Ella, con los ojos cerrados, recuerda el maravilloso cuerpo de aquel morenazo, en aquella playa tropical. Tras unos minutos de sosiego, encienden la luz. Se miran. Hacen, ambos, un esfuerzo para sonreír. No es fácil recién despertados. Hoy hace treinta y cinco años que se casaron. Se felicitan, el uno al otro, por el aniversario. Se abrazan. Se vuelven a mirar. Sonríen. Se besan.
Han pasado treinta y cinco años ya… Ella sigue quejándose de lo poco que él entra en la cocina. Él sigue sin acostumbrarse a las largas esperas, en las puertas de los probadores, cuando ella se compra ropa. Ella sigue insistiendo que las persianas y los cristales están muy sucios y que limpiarlos es cosa de él. Él sigue rogándole que no se ponga a hablar, como cada día, cuando estén dando los deportes en el telediario. Ella sigue recriminándole que él se adueñe del mando de la tele, para terminar durmiéndose a los cinco minutos. El sigue diciéndole que no se preocupe tanto por los hijos, que ya hace años que dejaron de ser niños. Ella sigue recordándole que cuando acabe la lavadora, tienda la ropa, para aprovechar el sol de la mañana. El sigue mostrando su desacuerdo en que ella tenga el balcón como una selva, con tantas plantas. Ella sigue reprochándole que por las noches no puede dormir por sus ronquidos. El sigue protestando cada vez que ella le dice que come demasiado. Ella sigue diciéndole que un día va a hacer girones su camiseta preferida, la que tiene para estar en casa. El sigue insistiendo que el café se toma después de comer y no después de fregar los platos. Ella sigue…
Treinta y cinco años. Treinta y cinco… y siguen juntos. Y se han deseado un feliz día. Y se han abrazado. Y se han mirado. Y se han sonreído. Y se han besado. Él no es el hombre de sus sueños, pero lo quiere. Ella no es la mujer de sus sueños, pero la quiere. ¿Será eso el amor? ¿Será eso, a pesar de todo eso, el amor?
Ella nunca estuvo en el Caribe. El nunca voló de Barcelona a Milán.