UNA DE TANTAS

Una de tantas

A pesar de la ducha, su cara reflejaba que el sueño de la noche no había sido del todo reconfortante. Su mirada fija en el vaso, que detrás del cristal, daba vueltas en el interior del microondas. Un minuto y veinte segundos. Creyó que sería tiempo suficiente para calentar la leche recién salida de la nevera, el timbre le avisaría. Miraba el vaso pero, en realidad, no lo veía. Su punto de interés no estaba dentro del microondas, estaba dentro de sí mismo. ¡¡Pling!! No pudo evitar el sobresalto al sonar el inoportuno timbre. Abrió la puertecilla y tocó el vaso con las yemas de los dedos, como hacía cada día y como cada día comprobó, que la leche estaba en su punto. Abrió la puerta del armario donde guardaba el café soluble. Lo cogió, lo puso en la mesa junto al vaso de leche, y se quedó parado pensando porqué nadie lo comprendería. Abrió el cajón de los cubiertos y rebuscó entre las cucharillas, hasta encontrar la que siempre utilizaba. Otro timbre, el de la tostadora, lo espantó también. Miró de mala gana al pan, que humeaba entre las resistencias, que perdían poco a poco su rojo calor. Tomó un plato mediano y colocó las dos tostadas de pan, una junto a la otra. No era una cosa del otro mundo, de acuerdo, le doblaba la edad, pero la quería, o al menos eso creía él. Dejó el plato con las dos rebanadas de pan sobre la mesa. Tiró hacia atrás la silla y se sentó. Quizá los demás tengan razón. Él piensa que la quiere, pero en realidad lo que siente, por ella, es solo un gran aprecio. De mala gana se levantó y se dirigió a la nevera, buscó por encima y encontró la mantequilla. Margarina ponía, en letras luminosas, en el envoltorio. Y que más me da que sea margarina o mantequilla si todo debe ser lo mismo. Podía ser que él hubiera incurrido en un error, al explicar a los demás lo que sentía por aquella muchacha. Se puso contento por haberse acordado de coger un cuchillo, para untar mantequilla en las tostadas, antes de sentarse de nuevo. Otro error que posiblemente habría cometido, habría sido el no haberle dicho a la muchacha nada de lo que sentía por ella. Untó margarina a las dos tostadas de pan. Puso una cucharada y media, de las de postre, de café soluble. De nuevo se dio cuenta de que no estaba prestando atención a lo que estaba haciendo. Azúcar. No había preparado el tarro del azúcar. Se odió, a sí mismo, por un momento. Ni siquiera sabía si la muchacha estaba comprometida. Él nunca la oyó hablar de ese tema. Se levantó, pensando si le faltaba algo, además del azúcar. El azucarero de loza, tenía unas asas tan extrañas que era difícil cogerlo. Como pudo, lo cogió rodeándolo con una mano y se lo llevó a la mesa. Antes de llegar, quiso coger una servilleta de papel, con la otra mano. Su buena, relación con la muchacha, le hacía estar prácticamente seguro que ella sentía lo mismo hacia él. Al dejar el azucarero sobre la mesa, la tapa, redonda, pequeña, de loza, se escurrió y a punto estuvo de caerse. Un buen acto reflejo impidió que la tapa, redonda, pequeña, de loza, se estrellara contra aquellas baldosas del suelo, que imitaban perfectamente a las de Porcelanosa. No ocurrió lo mismo con parte del azúcar que, con aquel movimiento rápido, fue a parar al suelo. Pero qué pasaría si al confesarle a la joven muchacha sus sentimientos, esta le mandara con viento fresco. Nunca se habría imaginado que era tan difícil recoger el azúcar del suelo. En aquel momento se abrió la puerta de la cocina. Apareció su mujer, recién levantada y le preguntó que hacía recogiendo azúcar del suelo. Él se quedó agachado y mirando fijamente a su mujer, que llevaba un batín puesto. No puede ser, tengo suficientes datos para creer que la muchacha aceptaría esa relación. Su mujer no se movió hasta que él no dejó el suelo completamente límpio. ¿Has terminado de escribir el blog de hoy? le preguntó. Bueno casi, casi. Me falta un poco, pero puedes leer lo que he escrito, hasta ahora, haber que te parece. El esperó de pie observándola. Su mujer leyó el blog de un tirón y después de hacer un gesto con la cara, de no estar del todo conforme, le dijo: No me parece bien que él le doble la edad. Quererla, desde luego, no la quiere, o dicho de otra manera, no la quiere para quererla. Desde luego, solo a un hombre se le ocurriría decirles a los demás, que le gusta una mujer, antes de decírselo a ella misma. Y esa muchacha seguro que tiene novio y no está para viejos. Con viento fresco, o no, pero a paseo seguro que lo mandaría. ¿Cómo va a aceptar una muchacha una relación así? Mira lo mejor que puedes hacer es escribir algo nuevo. Algo que sea coherente. Y tomate el café con leche y las tostadas, de una vez ¿No te das cuenta que se te está enfriando todo? !!Qué hombre, este¡¡ No sé en qué se le va la mañana.