Sr. Corrupto.
Me dirijo a usted,
desconociendo si es banquero, político, empresario o, simplemente, corrupto sin
profesión conocida. Debo decir antes de seguir escribiendo, que dudo mucho que
llegue a leer estas líneas, ya que de ellas no podrá obtener usted ningún “beneficio”
porque yo no le voy a sobornar para que lo haga.
El motivo principal
de esta carta es el de exponerle algunas dudas, que de vez en cuando me asaltan.
Dudas que me alteran los sentimientos, haciendo que cada vez que me acuerdo de
usted, Sr. Corrupto, pierda en serenidad lo que gano en odio.
Permítame
preguntarle:
¿Qué siente usted
cuando hace recuento de todo lo que tiene, sabiendo que una parte (grande o
pequeña), de lo que ha acumulado, lo ha hecho de forma irregular, vergonzosa,
despreciable y ruin?
¿Le ha explicado a
sus hijos, Sr. Corrupto, mirándoles de frente, que ellos están disfrutando de privilegios,
gracias a que usted es un “sinvergüenza profesional”, capaz de “chorizar sin
escrúpulos” (directa o indirectamente) a personas, generalmente bastante más
humildes?
Supongo que usted,
Sr. Corrupto, se habrá cruzado, por la calle, con algunos de esos padres que
llevan, en una silla ortopédica, a un hijo con parálisis cerebral (o con alguna
de esas terribles enfermedades). ¿No se le encoge el corazón al pensar (si es que
aún le queda algo de sentimiento) que con lo que usted, y otros colegas de su
ralea, llegan a “soplar” podían aliviar el sufrimiento de esas personas, en vez
de colaborar, gracias a sus indecentes “fechorías”, a que se les recorten las
ínfimas ayudas que reciben? ¿Se ha puesto usted, aunque sea por unos segundos,
en la piel de esos padres? ¿Ha puesto a sus hijos, aunque sea por unos
segundos, en la piel de ese hijo enfermo?
En fin, Sr.
Corrupto, no sé si es usted banquero, político, empresario o, simplemente,
corrupto sin profesión conocida, podía seguir exponiéndole cientos de
dudas, pero mucho me temo que no serviría para nada. Porque, digo yo… Usted,
Sr. Corrupto. ¿Tiene corazón? ¿Le queda algo de sensibilidad? ¿Ha oído hablar
de honestidad? No, no me conteste, conozco la respuesta.
Siga usted, amasando
su repugnante fortuna.
Siga usted sin
poder mirar, de frente, a los ojos de sus hijos.
Finalizo ya estas
líneas, con el presentimiento de haber perdido el tiempo, o quizá también me lo
ha “birlado” usted, Sr. Corrupto.