Ahí quieta…
Con tristeza en la mirada,
la perrita, ha vuelto cansada,
a echarse en el umbral,
de la casa, de su dueña.
Ahí quieta…
la perrita, ha vuelto cansada,
a echarse en el umbral,
de la casa, de su dueña.
Ahí quieta…
Y se paraba,
mientras su dueña,
como hacía cada
día,
entraba a comprar pan
de leña.
Ahí quieta…
Y, quieta, miraba como
su dueña,
con toda devoción,
rezaba, de
rodillas, en la iglesia.
Ahí quieta…
Y paciente,
esperaba a que su dueña,
sentada en un
banco,
diera un alivio a
sus torpes piernas.
Ahí quieta…
Y, en el sofá,
junto a su dueña,
todas las tardes,
pasaban las horas
muertas.
Ahí quieta…
Y esperaba, a su
anciana dueña,
cada vez que,
extenuada,
detenía su paseo,
para respirar.
Ahí quieta…
Y se echaba a los
pies de su dueña,
en tardes de invierno,
compartiendo calor y compañía.
Hoy, extrañamente, su dueña,
ni siquiera le ha dicho:
ni siquiera le ha dicho:
Ahí quieta…
Cuando ha salido,
dormida,
en un coche oscuro,
cubierto de flores
serias.
Y ha corrido tras
el cortejo,
pero con sus patitas
cortas,
no ha podido llegar
lejos.
Con tristeza en la mirada,
la perrita, ha vuelto cansada,
a echarse en el umbral,
de la casa, de su dueña.
la perrita, ha vuelto cansada,
a echarse en el umbral,
de la casa, de su dueña.
Ahí quieta...
Hoy quisiera, la perrita,
a través de una
escalera,
con peldaños de
algodón,
poder subir hasta el cielo,
y llegar sin hacer
ruido,
para velar a su
dueña,
en su dulce sueño infinito,
y, a sus
pies, de nuevo echarse.