TANGO MALDITO

Tango maldito

Alguien le había dicho a Guillermo, -sabedor de su afición por el tango- que en una de las calles adyacentes a la catedral, los sábados, al caer la tarde, se podía ver y escuchar buen tango. Hacia allí se encaminaba. Su gusto por el tango nació en Buenos Aires, hace algo más de dos décadas, cuando en un arranque decidió cruzar el charco para buscar allí, un futuro diferente. Su buena presencia, le ayudo a encontrar trabajo en la barra del bar de un hotel de prestigio. Las noches, no eran de categoría, si no se escuchaban y se bailaban unos tangos en el salón del hotel.
La atención de Guillermo se agudizó, de pronto, en su camino hacia la catedral. En la lejanía, parecía escuchar la melodía de un bandoneón y un violín. Escuchó unos aplausos. Tras unos minutos de silencio, la música de otro tango empezó a sonar. Aceleró el paso. Al bandoneón y al violín, se unió la voz del cantor. Las notas del tango “Volver” le erizaban la piel, la letra le encogía el corazón.

Yo adivino el parpadeo
de las luces que, a lo lejos,
van marcando mi retorno...
Son las mismas que alumbraron,
con sus pálidos reflejos,
hondas horas de dolor…

Mientras llega al lugar, recuerda –no sin nostalgia- aquellos años vividos en Buenos Aires. Los partidos del Boca, en el estadio de la Bombonera. Los paseos por el colorido barrio de La Boca, o por zonas más elitistas como la plaza de Belgrano, o como mero espectador, de las continuas protestas, en la Plaza de Mayo. Pero la nostalgia, que siente Guillermo, cada vez que oye las notas de un tango, se debe principalmente al recuerdo de Malena. Malena, joven, morena, espectacular bailarina de tangos. Ella trabajaba en el mismo hotel. Allí se conocieron. Malena, loca por él, fue siempre su sombra, mientras estuvo viviendo en la capital Argentina. Hasta que llegó un día, en que aquello se acabó.
Guillermo, se acerca al grupo de personas que rodean a los artistas callejeros. La muchedumbre, agolpada, no le permitía ver, pero oía, y sentía, perfectamente al cantor.

Y aunque no quise el regreso,
siempre se vuelve al primer amor.
La vieja calle donde el eco dijo
tuya es su vida, tuyo es su querer.
Bajo el burlón mirar de las estrellas
que con indiferencia hoy me ven volver.

Decide disfrutar del tango, desde aquella posición. Y así lo hace. Mientras escucha, recupera de nuevo el recuerdo de su paso por la ciudad porteña, y su relación con Malena, su argentinita, como él la llamaba. Una relación que fue perfecta mientras los dos, vivían libres de ataduras, mientras los dos fueron libres para entrar y salir, para beber y divertirse, pero sobre todo libres para bailar. Malena le enseñó a perfeccionar el tango básico que él bailaba. Eran la envidia de sus compañeros y de sus amigos, por la vida que llevaban. Pero surgió lo que ninguno de los dos esperaban que surgiese. Guillermo no se vio capaz de compartir la responsabilidad de hacerse cargo del fruto que Malena llevaba en su vientre y le dijo adiós.
Se hace un hueco entre las personas, hasta que consigue una mejor posición para disfrutar de aquel espectáculo callejero. Tararea, entre susurros, la letra de aquel tango, haciendo un coro casi mudo, con el resto del público.

Volver... con la frente marchita.
Las nieves del tiempo platearon mi sien.
Sentir... que es un soplo la vida.
Que veinte años no es nada.
Que febril la mirada, errante en las sombras,
te busca y te nombra.
Vivir... con el alma aferrada,
a un dulce recuerdo,
que lloro otra vez...

Si te vas, Guillermo, si me abandonas, no vuelvas nunca, –le dijo Malena, entre sollozos. Mientras, él se alejaba despacio, forzando un andar chulesco. Hoy, su memoria es cruel, recordándole aquella imagen. Nunca más volvió a verla, pero nunca más la olvidó. Siempre hubo un lugar en su corazón, para ella. Atrás dejó Buenos Aires, el Boca, La Bombonera y la Plaza de Mayo, pero se trajo consigo el recuerdo de aquella mujer que, a base de amor, le enseñó a bailar el tango. Desde entonces, vive solo. Desde entonces nunca bailó un tango con una mujer. Solo lo ha hecho en su casa, con las cortinas echadas, con su Malena invisible.
Ha conseguido situarse bastante bien. Ahora puede ver, -sin tener delante a nadie más alto que él- con trajes negros, algo desgastados, al cantor que, además, maneja el bandoneón y al violinista, ambos con sombreros, que también fueron negros en su día.

Tengo miedo del encuentro
con el pasado, que vuelve
a enfrentarse con mi vida.
Tengo miedo de las noches,
que pobladas de recuerdos,
encadenan mi soñar...

La letra de “Volver”, el tango que estaba escuchando, le había hecho viajar, en el tiempo, hasta un pasado que Guillermo intentó olvidar, por todos los medios, pero que la figura de Malena, omnipresente en su pensamiento, nunca se lo permitió. “Volver”. Alguna vez se le pasó por la cabeza volver a Buenos Aires, pero… ¿A dónde?. Malena, por su edad, ya no estaría ejerciendo de bailarina, y la ciudad tendrá entre sus millones de habitantes, cientos y cientos de Malenas que bailen tango.
Desde su sitio, puede ver a los músicos y a una pareja –el, está más cerca que lejos, de los sesenta y ella justo tendrá los veinte- que bailan un tango preciso y precioso. Veía, Guillermo, en las piernas de aquella joven, la misma desenvoltura y precisión que tenían las de Malena, cuando bailaban en el salón del hotel.

Pero el viajero que huye,
tarde o temprano detiene su andar.
Y aunque el olvido, que todo destruye,
haya matado mi vieja ilusión,
guardo escondida una esperanza humilde,
que es toda la fortuna de mi corazón.

El espectáculo, aquel tango callejero, se acercaba a su final. Antes de que el público abandonara el espacio, una mujer delgada, que formaba parte del los artistas, vestida con un ajustado traje, de chaqueta y pantalón, negro. Con rasgos de haber sido muy bonita en su juventud, se quitó el sombrero y dándole la vuelta, empezó a pasarlo ante el público, para recoger algunas monedas. Guillermo se quedó agazapado, medio escondido entre la gente, mirando a aquella mujer que regalaba sonrisas a quien depositaba unas monedas en el sombrero.
- Gracias señor. Gracias señora. 
- Me ha gustado mucho, -le dijo una señora cargada de espalda y de años- como baila de bien, el tango, esa chica, siendo tan joven.
- ¿Le ha gustado, señora? Pues la chica que baila el tango, de esa manera, es mi hija Graciela. Yo le enseñé a bailar el tango cuando era bien chiquitita, -dijo la señora del traje negro-  sin dejar de pasar el sombrero.
- Y su papa, también lo hace muy bien –insistió la señora cargada de espalda- da gusto verlos a los dos.
- No. No señora. Ese señor, con el que baila, no es su papá. Aunque sí es, el que le compró los zapatitos cuando era una niña. Su papá voló como un cobarde, antes de que naciera mi Graciela. ¿Qué le vamos a hacer?... El se lo perdió.

Volver... con la frente marchita.
Las nieves del tiempo platearon mi sien.
Sentir... que es un soplo la vida,
que veinte años no es nada.
Que febril la mirada, errante en las sombras,
te busca y te nombra.
Vivir... con el alma aferrada,
a un dulce recuerdo,
que lloro otra vez...

La música y el baile, acabaron de la forma que un buen tango se merece. Los aplausos fueron atronadores. Guillermo no tuvo fuerzas. Mientras la gente seguía aplaudiendo, animada, él, se alejó de nuevo, como había hecho unos veinte años antes, pero esta vez sin andares chulescos. Esta vez, con un nudo en la garganta y avergonzado, muy avergonzado, por su actitud, en el pasado… y quién sabe si también en el presente.

Malena seguirá teniendo, reservado, un espacio en el corazón de Guillermo, pero tal vez, a partir de hoy, Guillermo, tenga que ir buscando otro espacio, en su corazón, para una tal Graciela.