Tráfico espeso
Ha pensado que era el día.
Mi mujer, en un tris-tras, ha decidido comprar
telas. Yo, solícito, la he "querido" acompañar.
Barcelona, a media mañana. De
otoño, el primer martes. En coche vamos, -gran error-
porque así, llegamos antes. En la
autopista, colapso. Los kilómetros eternos.
Meridiana, lenta, lenta. Calle
Aragón, más o menos. Media hora, se convierte en hora y media.
Rozando ya el desespero. Por
fin llegamos al sitio. Baja tú, que yo te espero.
Ella baja, casi en marcha. Impacientes
los de atrás, me atosigan con el claxon. No me
permiten parar. El cielo y el tráfico, espesos.
No encuentro donde aparcar. Aprovecho en un chaflán. En
doble fila, creo que sin molestar. Miro,
en el cielo, las nubes. No para de lloviznar.
No puedo salir del coche. Solo
me queda esperar. Observo, como me mira,
una rubia uniformada. Desde
lejos me hace señas. Hago que no entiendo nada.
Cada vez se acerca más. Se
dispone a cruzar la calle. De
pronto la tengo a mi lado, diciéndome que me largue.
Es que no soy de aquí, le
digo disimulando. Estoy esperando a mi esposa,
que está ahí mismo comprando. Por
suerte, un chaparrón, hace que aquella agente,
se ponga como una sopa y
corra para guarecerse. Todo parece, ya, controlado, hasta
que un gran bus articulado, a base de bocinazos, me indica
que estoy molestando. Miro, al conductor del bus, con
cara de pocos amigos. O te largas de aquí, ya, -me dice- o
te las verás conmigo. Decido que es lo mejor, dejar
pasar al bus largo. Pues veo venir a la agente, con
el boli preparado. ¡¡Por fin!! Me creo salvado. Mi
esposa ya está llegando, con un enorme paquete, con
las telas que ha comprado. ¡¡Vamos ya!! Le digo a gritos.
Que tenemos que escapar, de la rubia uniformada, de su multa, y
de ese chófer cabreado. Después de recapacitar, a Barcelona, en coche,
hoy, os puedo asegurar, que no volveré nunca, nunca.
Nunca, pero nunca más.
Ha pensado que era el día.